Saturday, July 29, 2017

Un grupo de argentinos llegó al país a radicarse en busca de un nuevo destino.



Claudio Maccarrone (29) jamás imaginó que cambiaría la yerba mate por la coca, el asado por el picante de pollo o la pampa argentina por la hoyada paceña. Nació en Maipú, a 300 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y tuvo una infancia de novela pastoril en el regazo de una familia modesta. Pero hoy reside muy lejos de aquella cuna que lo vio nacer, a más o menos 3.000 kilómetros, en Villa Copacabana de La Paz, donde ha formado un hogar y se gana la vida como un proletario más realizando trabajos para edificios en construcción o en el arreglo de artefactos de cualquier condición, pues es un “capo” para ello. También es uno más de entre los 45.424 habitantes según datos de migración que llegaron desde el país austral para quedarse. Algunos no lo habían siquiera planeado en el mejor de sus sueños con un rosario de oportunidades enfrente suyo. Pero vinieron, se habituaron y a esta altura ya se consideran bolivianos, aunque ello no impide que cada 9 de julio, fecha de la independencia argentina, recuerden la patria que aman a la distancia.

El año 2009 exactamente, Máximo Liguori (32) cruzaba fronteras bolivianas en un viaje sin paradas por el continente. Y recaló en Copacabana, que de ahí en más sería su remanso entre idas y venidas. La vida apacible y rústica del campo era lo que más le gustaba. Pero no era la primera vez que tenía contacto con bolivianos; vivió su niñez en Ezpeleta, una localidad del sudoeste de Buenos Aires, donde la comunidad boliviana es muy numerosa y sienta presencia en cultivos, mercados y en el rubro de la construcción. Varios de sus mejores amigos eran los hijos de los bolivianos que asistían a la escuela y que también eran vecinos del barrio. “Nos invitaban a los cumpleaños y algo que me llamaba la atención eran sus costumbres y los nombres en inglés de sus familiares (ríe); algo que también recuerdo es que un periódico barrial llamado Mi Ciudad, publicó un gran reportaje que afirmaba que el 50% de la población de Ezpeleta eran bolivianos, de quienes se decía que progresaban rápidamente trabajando de lo que sea”. Entre las aficiones de “Maxi” está el rock con la banda Viejas Locas como estandarte, estilo que lo condujo a aprender a tocar la batería y a conducir un programa radial con lo mejor del género. Pero el aún muchacho necesitaba nuevas experiencias y un buen día decidió cargarse la mochila para recorrer parte de Europa y también el continente sudamericano.

Claudio Maccarrone posa junto a sus compañeros Gabriel y Elwyn.

Hacia 1983, Cynthia Dorfler nació en la capital argentina y su cambiante destino sería como el de la calesita (carrousell) que tanto extraña de aquella niñez. Dichos días discurrieron en el barrio de Flores, el mismo donde nació y vivió Jorge Bergoglio, el papa Francisco, donde solía jugar en la calle con las “patotas” (grupos) de amigos. “Algo que guardo en imágenes es la cantidad de actividades que había para niños, como ajedrez, teatro, música, literatura”. Aquella infancia de escolaridad destacada en artes plásticas y matemáticas, noches de televisión con la naciente estrella llamada Marcelo Tinelli y fines de semana en los acostumbrados “asados” (parrilladas), fue interrumpida por un viaje a Santiago de Chile, donde fue a radicar su familia por algunos años antes de ingresar a territorio boliviano.

“En 2002 se presentó Bolivia como una buena opción, mi mamá se vino y yo me vine con ella. Una vez más me gustaba la idea de empezar de nuevo, solo que La Paz me atrapó más años de los que pensé”. Sucede que la hoyada le fascinó. “Esta ciudad es la que me encantó, encuentro que es un lugar ameno, no cuesta integrarse, es fácil vivir acá, aparte que es un lugar raro, diferente a todo en muchos aspectos, supongo que lo inesperado de este lugar es lo que más me gustó”. El destino hizo que estudiara en Bolivia Ingeniería Comercial, Corte y Confección y Orfebrería. Y también se hizo rockera gracias a la cadena MTV, lo que derivó en una coconducción en programas radiales, el más famoso de ellos La otra vereda, en el que se promociona a los grupos nacionales. “Hago reportajes sobre las bandas locales que tocan en La Paz, para ello debo asistir a diferentes eventos donde tocan bandas de rock en vivo”.

Maximiliano Liguori aprendió a hacer pizza en su casa de Quilmes en Buenos Aires.

Argenbol

Claudio, Gauchito como le dicen sus compañeros de trabajo, recuerda que su padre fue un gran guía pues le enseñó albañilería, plomería, gas, electricidad, electrónica y mecánica. “Él era muy hábil para todo y yo le ‘agarré la mano al toque’”, explica. Cuando se mudó a Buenos Aires capital por trabajo fue muy duro. La gran ciudad era a momentos apocamiento puro y él se dio modos para sobrevivir; uno de esos trabajos fue en una pizzería a domicilio, ocupación que le cambiaría el destino pues en una de sus entregas conoció a la pareja de su vida, María Luz, una boliviana que trabajaba en el rubro de la textilería. Por motivos familiares de ella llegaron al país en 2009 y no quisieron irse más. Claudio se enamoró del país, de sus costumbres y de la picardía criolla, “ya aprendí algunas mañas, si te ven medio extranjero te doblan el precio y yo les digo ‘no pues caserita’” dice. “Y también son prejuiciosos; cuando fui a un preste, bien cambiadito, no me sacaban de jailón”, ríe.

En su estadía en Copacabana en 2008, Maximiliano trabajaba repartiendo volantes primero y como pizzero después. Y en esas jornadas laborales conoció a su actual pareja, Viviana, una paceña que flechó al argentino y por quien decidió quedarse en principio en aquel pueblo turístico del lago Titicaca, y en febrero reciente mudarse hacia La Paz. “Ella tiene dos hijos, Korianka y Serafín, y hace dos años nació nuestra hija Brisa”. Hoy la pareja tiene su pizzería en la calle Panamá 1210 del barrio de Miraflores. Formaron un lindo hogar mientras preparan unas riquísimas porciones de mozzarella con sabor argentino.

Cynthia Dorfler: ‘Me enamoré de La Paz’.

Cynthia agradece todas las posibilidades que le ha brindado el país. Y ella también aporta con lo suyo aunque hay algunas cosas que critica como un ciudadano boliviano más. “La gran cantidad de bloqueos”, “las pocas actividades recreativas que hay para niños” y hasta un “mayor apoyo de los bolivianos al rock nacional”. Ella se mantiene económicamente con la creación de joyas bajo propia marca Moonshade, y la elaboración de tejidos en metal. Dice que de cuando en cuando viaja a visitar a sus familiares a Chile y Argentina. Pero que últimamente empieza a extrañar la misteriosa La Paz. l




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